martes, 8 de diciembre de 2015

Proyecto texto e ilustraciones

   Este proyecto arranca en el curso 2013/14 (coordinado por las profesoras María del Carmen Pizarro Prada y Ana María García-Sotoca Aicart).  En el proyecto participaron los alumnos/as del IES Muñoz-Torrero, investigando sobre la tradición oral de esta comarca, y recreando e ilustrando una selección de estas historias de una manera muy personal. 
   ALUMNADO PARTICIPANTE EN LA INVESTIGACIÓN, TEXTOS E ILUSTRACIÓN:

-Alumnos del Programa de Diversificación en el curso 2013-14: Azahara Domínguez Muñoz, Miguel Galán Fraga, Sandra Gallardo Luengo, Noelia García Valderrama, Bibiana Konan Sánchez, Juan José Luque Mansilla, Laura Moreno Martínez, María Belén Muñoz-Reja Moyano, Lorena Rodríguez Calvo-Parra, José Antonio Ruiz Sánchez-Toril y David Sánchez-Toledo Sánchez Arévalo.

-Alumnos/as de 4º de ESO (Educación Plástica y Visual) en el curso académico 2013/14: Santos Benítez Martín, Ángela Cabanillas López-Bermejo,  Sandra María Fernández Castaño, Adrián Fernández Guerra, Ángel Gómez Sánchez-Arévalo, David Luque Mansilla, Vicente Mansilla Jiménez, Daniel Martín-Calvo Martínez, Alicia María Melero Hurtado, Belén Moreno Gallego, Borja Moreno Miranda, Ada María Moyano Gallego, Juan Manuel Muñoz Muñoz-Reja, Marta Navarros Domínguez, Laura Ruiz Merchán, Miguel Serrano Flores, Christopher Philip Torres Moreno, 

-Alumnos del Programa de Diversificación en el curso 2014-15: Sandra Calvo Fernández, José Luis Domínguez Fernández, Enrique Mansilla Pizarro, Eva María Matarredona Suja, Carlos Ramírez Rodríguez y Carlos Sánchez-Arévalo Fernández.

-Alumnos/as del Programa de Diversificación en el curso 2015-16: Sarai Angulo Benítez, Jorge Blanco Muñoz, Alba Bravo Salgado, María García -Risco Moreno, Ana Isabel Mújica Redrejo, Selena de Belén Nieto Seco y Elvira Sánchez Jiménez. 

   PROFESORAS COORDINADORAS:

ANA MARÍA GARCÍA-SOTOCA AICART (Coordinadora del trabajo de Ilustración)

MARÍA DEL CARMEN PIZARRO PARADA (Coordinadora del trabajo de investigación y elaboración de textos). 

   
   Queremos agradecer la atención de todas aquellas personas que amablemente nos contaron estas historias. 

   Si conoces otra leyenda de esta comarca, puedes contárnosla en:


bibliotecamtorrero@gmail.com


viernes, 4 de diciembre de 2015

LOS TRES ENCANTOS

LOS TRES ENCANTOS

Adaptación de una leyenda de Cabeza del Buey, también conocida como leyenda de la Fuente de La Velasca o de La reina mora.

Por María del Carmen Pizarro Prada

   
   Hubo un tiempo en el que la comarca de La Serena formó parte de Al-Andalus, el territorio de la Península Ibérica que durante siglos estuvo bajo dominación musulmana. Y fue entonces, hace ya muchos años, cuando en torno a una fuente conocida como La Velasca, sucedió una historia extraordinaria que se convirtió en leyenda en Cabeza del Buey.

   Pero todo tuvo su origen un día en el que Muhammad, un rey moro temido por los cristianos, realizó una incursión en tierras de sus enemigos, consiguiendo grandes riquezas y numerosos prisioneros a los que convirtió en sus esclavos. Entre ellos estaba una joven muy hermosa, dulce y valiente a la vez, la cual no dudó en encararse con su conquistador:

–¡Maldito seáis! –exclamó mientras se dirigía hacia Muhammad– Dios os castigará por todo el dolor que habéis causado.

–Os equivocáis –replicó sonriente el rey moro–. Alá me bendecirá y me colmará de   dones en el Paraíso, más aun que todos los que he recibido en el día de hoy.

   La bella joven calló de rabia e impotencia. No sabía qué hacer ni qué decir, pues aquel hombre era ahora su amo aunque en su corazón ella seguía sintiéndose libre. 

–¿Cuál es vuestro nombre? –preguntó Muhammad, interesado por la rebeldía de su nueva esclava.

–Soy la princesa Blanca, y mi padre os perseguirá día y noche si no me dejáis libre.

–¡Vaya! Hoy es mi día de suerte –continuó el arrogante rey–. Menudo botín me llevaré a mi tierra.

   Muhammad mandó separar a la bella Blanca del resto de los prisioneros, pensando en que la princesa cristiana sería una más de las esclavas de su harén, así se lo pensaría dos veces antes de enfrentarse a su señor. Pero noche tras noche, de camino a su reino, no podía apartarla de su mente, y cuando el padre de la joven princesa le ofreció un magnífico tesoro si liberaba a su amada hija, él lo rehusó a pesar de la insistencia de sus consejeros, tan ávidos de riquezas como temerosos de la influencia que la hermosa cristiana estaba ejerciendo sobre su señor. Pero este, aun sin quererlo, ya se había enamorado de Blanca. 

   Cuando la joven supo que nunca más volvería a ver a su amada familia derramó tantas lágrimas como flores germinan en La Alhambra, pero pensando en que sería preferible ser reina a esclava, decidió aceptar a Muhammad como su esposo y abrazar la religión de Mahoma. 
  
   El tiempo pasó y fueron bendecidos con tres niñas, cuya belleza e inteligencia era admirada por todos. Muhammad estaba orgulloso de Zaida, Zoraida y Zobeida, sus tres hijas, pero cuando estas se convirtieron en tres jovencitas, empezó a volverse desconfiado y decidió encerrarlas en una fortaleza, rodeadas de toda clase de lujos y cediendo a todos sus caprichos, todos excepto el de la libertad.

Ilustración Ángela Cabanillas López-Bermejo
   Blanca no comprendía la actitud de su esposo, pero se sentía impotente. En la intimidad seguía rezando a su Dios, y en riguroso secreto había bautizado a sus tres hijas con los nombres de Ana, María e Inés. Comprendía mejor que nadie el dolor de sus hijas, encerradas en la flor de su juventud, y por eso escribió en secreto una carta a su padre, suplicándole que hiciera por sus nietas lo que nunca pudo hacer por ella. La misiva le llegó al anciano rey de manos del más fiel de los esclavos de Blanca, quien arriesgando su vida había traspasado la peligrosa frontera. El monarca cristiano, conmovido al recibir noticias de su hija después de casi veinte años, reunió a los tres caballeros más valerosos de su reino y les dijo estas palabras:

–Recorred mi reino día y noche, sin descanso, y llegad a las tierras de Muhammad, el rey que un día me arrebató lo que más amaba en esta vida. Llegaréis a una fortaleza que se alza junto al mar, donde ese miserable ha encerrado a mis tres nietas… Si las liberáis os ofrezco su mano, y seréis desde ese mismo día mis nietos y herederos. 

Ilustración David Luque Mansilla
Ilustración Ángela Cabanillas López-Bermejo
   Los caballeros, sorprendidos por la generosa oferta de su monarca, se miraron unos a otros sin saber qué decir, pero sin duda la respuesta solo podía ser una:

–Hoy mismo partiremos, majestad, y no dudéis ni un momento en que regresaremos con vuestras nietas. 

     El rey castellano sonrió ante las palabras de Alfonso, el más joven y apuesto de aquellos tres valientes jóvenes. Pero lo cierto es que pocos en la corte llegaron a pensar que regresarían con las tres doncellas, es más, muchos creían que ya nunca volverían a verlos.
   
   Para no despertar sospechas marcharon de incógnito hacia tierras de Al-Andalus sin más compañía que la de sus caballos. Antes de partir, habían conseguido que les falsificaran un documento que presentarían al alcaide de la fortaleza, haciéndose pasar por emisarios de Muhammad. Si conseguían burlar a los musulmanes habrían vencido sin derramar una sola gota de sangre, pero si descubrían su ardid les esperaría una muerte segura. 

    Por suerte para ellos el alcaide no hizo demasiadas preguntas, por lo que las pocas palabras que uno de los caballeros, Álvaro, pronunció en árabe sirvieron, junto con el documento falsificado, para convencer al alcaide de que era el propio Muhammad el que requería la presencia inmediata de sus hijas. Alfonso, sin embargo, aguardaba oculto en las proximidades de la fortaleza, pues su cabello pajizo y sus ojos verdes, lo hubieran delatado de inmediato.

Ilustración Juan Manuel Muñoz Muñoz-Reja

   Las tres hermosas princesas acompañaron a aquellos hombres durante mucho tiempo sin percatarse de que en realidad eran sus captores, pues la incorporación de Alfonso al grupo había pasado casi desapercibida y ellos, conscientes de que las doncellas habían sido educadas en el Islam, se comportaban con discreción, sin pronunciar ni una sola palabra en castellano. Y ese fue precisamente el detalle que captó la atención de Zobeida, la más pequeña y astuta de las tres hermanas. Extrañada por la actitud de aquellos hombres, se dispuso a entablar conversación con ellos, aunque solo Álvaro contestaba a sus preguntas, algo que avivaba aún más su curiosidad. 

–¿Quiénes sois? –preguntó la bella Zobeida en un perfecto castellano.

   Sus captores se miraron entre ellos, pero no pronunciaron palabra alguna para no delatarse, pues aún se hallaban en territorio de Al-Andalus.

–Espero vuestra respuesta –prosiguió Zobeida mientras se dirigía hacia Alfonso –. Me he dado cuenta de que no habéis levantado vuestra mirada en todo el camino, ¿sois acaso un esclavo?

   Alfonso, herido en su orgullo de arrogante castellano, alzó entonces sus ojos y pudo admirar la asombrosa belleza de Zobeida. Por primera vez en su vida se había quedado sin palabras.

–No sois de los nuestros, y tampoco creo que mi padre os haya enviado. Hace tiempo que me he dado cuenta de que nos dirigimos hacia el norte. Decidme de una vez… ¿Quiénes sois?

   Sus hermanas la miraron asustadas, tal vez ellas hubieran preferido permanecer engañadas un rato más, pero ya era tarde.

–Princesa –respondió Álvaro muy cortés–. Nos disculpamos por el engaño, pero nuestras intenciones son del todo nobles. Escuchadnos…

–No queremos oír nada más –le interrumpió Zaida muy enfadada–. Nos devolveréis a la fortaleza antes de que caiga la noche. 

–La noche está ya a las puertas –replicó con seriedad Gonzalo, el más fuerte y robusto de los tres caballeros–. Pero nosotros no nos detendremos hasta llegar a nuestra tierra. Es posible que a estas alturas se hayan dado cuenta del engaño y nos estén siguiendo. 

   Álvaro, que había demostrado ser el más elocuente del grupo, se dirigió a las princesas y les explicó las verdaderas circunstancias que les guiaban. Ellos no eran sus raptores, sino sus rescatadores, aunque les costase entenderlo en aquellos momentos de confusión. 

–No os creo –dijo Zobeida, desconfiando de sus intenciones–. O mejor dicho, no sé si creeros. ¿Cómo podemos saber que realmente es nuestro abuelo, al que nunca hemos visto ni se ha interesado por nosotras, el que os ha enviado?

   Entonces Alfonso, aunque intimidado por la deslumbrante belleza de Zobeida, se dirigió hacia ella y sin pronunciar palabra alguna le mostró la carta que su madre había escrito rogando que las rescataran. Al leerla la joven derramó unas lágrimas que terminaron sellando aquella conversación. 
  
   A partir de ese momento, ninguna de las tres princesas volvió a recriminar nada a los caballeros cristianos, es más, a medida que pasaba el tiempo se sentían cada vez más atraídas por ellos, pues sus buenos modales y las atenciones con las que las colmaban, les infundían confianza. Pero nada ni nadie podía evitar que las tres princesas, tan acostumbradas a los lujos y comodidades de los que habían disfrutado toda su vida, se sintieran exhaustas por la travesía tan larga y veloz con la que huían hacia tierras cristianas. Por ello, al llegar a las proximidades del poblado de Bued, decidieron parar junto a una fuente para así beber agua y reponer fuerzas.  

   Las tres jóvenes no pudieron ni quisieron ocultar su alegría, ahora que eran libres se daban realmente cuenta de su anterior cautiverio. Sus risas inundaban aquel lugar, y los tres caballeros no podían sino admirar a su prometidas.

   Y en aquel momento, justo cuando Alfonso consiguió al fin alcanzar los labios de la hermosa Zobeida, Muhammad, acompañado de sus más valerosos guardias, irrumpió en el lugar cogiéndolos a todos por sorpresa. Alfonso, Álvaro y Gonzalo fueron apresados sin que apenas pudieran oponer resistencia, pero a las tres princesas les aguardaba un destino mucho peor. 

–¡Yo os maldigo! –exclamó su padre fuera de sí, pues el contemplar a sus hijas tan felices en compañía de sus captores, le había enfurecido sobremanera– ¡Si os volvierais encanto, si esta fuente fuera vuestra cárcel…!

  Muhammad no pudo terminar aquella maldición, pues las jóvenes desaparecieron como por encanto ante sus terribles palabras. 

Ilustración David Luque Mansilla
   Con el tiempo el poblado de Bued fue reconquistado por los cristianos y pasó a llamarse Cabeza del Buey. Y aquella fuente se convirtió en un lugar maldito que los lugareños evitaban a toda costa, pues corría el rumor de que todo aquel que iba a beber agua allí perecía, atraído por la belleza de aquellas tres jóvenes que aún permanecían cautivas, encantadas en el interior de la fuente. Solo la noche de San Juan, en torno a las doce, las tres hermosas princesas abandonaban su cautiverio, pero nunca podían escapar pues a la una, el encantamiento las volvía a atrapar de nuevo en aquel maldito lugar.

  Hay quien dice que Muhammad se arrepintió de sus palabras y lloró amargamente ante su esposa, quien lo abandonó en el mismo instante en que supo el cruel castigo al que había condenado a sus hijas. Blanca recorrió pueblos y ciudades buscando a algún mago que las liberase de aquel encantamiento, y cuentan que poco antes de morir logró que un hechicero escribiera las palabras que terminarían con aquel conjuro. 

   Siglos más tarde, un joven que guardaba un asombroso parecido con Alfonso, encontró casualmente aquel pergamino. A pesar de mostrarse algo incrédulo al principio no pudo evitar sentirse atraído por aquella historia, de manera que decidió dirigirse a Cabeza del Buey acompañado por dos amigos suyos, pues en aquel manuscrito decía que eran tres los jóvenes que debían presentarse en la fuente encantada en una noche de San Juan, entre las doce y la una, para pronunciar ante las tres jóvenes las palabras que las liberarían de su maldición. 

Ilustración Juan Manuel Muñoz Muñoz-Reja
   La noticia de la llegada de aquellos tres hombres se extendió rápido por el pueblo, y no faltaron los curiosos que los acompañaron en su empeño por liberar a esas tres princesas moras de la leyenda. Así cuando llegó el momento indicado   exclamaron estas mágicas palabras:

–¡Ana, tu madre me manda!

–¡María, tu madre me envía!

–¡Inés, salid todas tres!


   Las aguas de la fuente empezaron entonces a revolverse, y un extraño humo comenzó a brotar de ella, envolviendo todo el paraje de un halo misterioso. Ana, María e Inés, salieron en el mismo orden en el que cada joven había pronunciado su nombre cristiano. Todos estaban maravillados ante la escena que acababan de presenciar, y las tres princesas volvían a rebosar de alegría, pues reconocieron de inmediato a sus libertadores. Aunque ellos aún no comprendían muy bien qué había sucedido, se sentían muy afortunados pues algo en su interior les impulsaba hacia ellas, como si ya las conocieran. Pero de pronto las jóvenes cesaron de bailar, y sus acompañantes enmudecieron espantados, pues transcurrida una hora de su encuentro, las tres princesas moras desaparecieron como por encanto. Y esta vez fue para siempre. 

martes, 24 de noviembre de 2015

LA SIRENA DE LA MAR

LA SIRENA DE LA MAR

Por Selena de Belén Nieto Seco

    Historia basada en una leyenda de la comarca de La Serena:

“La Sirena de la mar, es una linda madama, que por una maldición la tiene Dios en el agua, que su padre –su madre, según otras versiones– se la echó…”

Ilustración Laura Ruiz Merchán
   Margarita era una hermosa joven, de clase modesta, que tenía un padre bastante duro y autoritario que ya no aguantaba más las travesuras de su hija, sus malas contestaciones, y por eso le echó una maldición, diciéndole: “En sirena de la mar, te convertirás, como una linda madama, que por una maldición la tiene Dios en el agua”.

   Margarita a partir de ese momento durante el día se volvía humana y por la noche se convertía en una sirena. No quiso saber nada más de su padre por haber lanzado esa terrible maldición contra ella.

   Pasaron los años y un día un joven apuesto que pasaba por el embarcadero la escuchó cantar. Al oír su voz melodiosa quedó embelesado, pero por mucho que intentó buscarla durante toda la noche, no lo consiguió. 

   Por la mañana, Margarita se dirigió a la plaza para comprar y justo cuando él pasaba, dejó caer a su lado dos manzanas, sabiendo que ese joven tan educado se ofrecería para recogerlas. 

–¿Cuál es tu nombre? –preguntó él.

–Me llamo Margarita –respondió tímidamente–. ¿Y usted?

–Pero chiquilla, no soy tan mayor para que me llames de usted. Soy Pedro.

–No, perdone –dijo ella sonrojada. 

   En ese mismo instante, al ver cómo se ruborizaba esa hermosa jovencita, Pedro se enamoró de ella como nunca se había enamorado antes. Y aunque ese amor era correspondido, tenía un obstáculo, pues Margarita guardaba un secreto que no quería revelar: La maldición de la que era víctima.

Ilustración Laura Ruiz Merchán
   Una noche Pedro iba paseando de nuevo por el embarcadero y de repente volvió a escuchar los cantos de una mujer. Se giró y rápidamente la vio apoyada en una roca. Al acercarse se dio cuenta de que era Margarita, la joven de la que estaba tan enamorado, pero al darse cuenta de que su cuerpo era el de una sirena, se asustó y huyó.

–¡No tengas miedo, por favor! –gritó ella entre lágrimas– ¡Soy yo, Margarita!

   A pesar de estar muy impresionado, al oír la voz de su amada, regresó de nuevo, y entonces Margarita tuvo ocasión de contarle lo que le había sucedido hacía ya muchos años.
 
   Pedro estaba ahora enojado, pues seguía queriéndola aunque no fuera una chica normal y corriente. Sabía que nunca podrían llevar la vida que él había imaginado, pero aun así… ¡La besó!… Como si no existiera un mañana, sin importarle nada, ni nadie.

jueves, 19 de noviembre de 2015

LAS TRES PIEDRAS

 LAS TRES PIEDRAS

(Basada en una historia popular de Cabeza del Buey, también conocida como La Mala Fortuna)

Por María del Carmen Pizarro Prada

   
   Aquella mañana de otoño lucía un sol radiante en Cabeza del Buey. Durante días había llovido con tal intensidad que Sofía apenas había podido salir de casa, pero al fin era sábado, un día estupendo en que los rayos del sol se colaban entre las ramas de los árboles inundando de luz aquel paseo por el parque. Las hojas doradas, caídas sobre la tierra aún ennegrecida por el agua, formaban una magnífica alfombra sobre la que Sofía caminaba acompañada de su abuela.

   Unos segundos antes, al pasar junto a sus amigos, había sentido un poco de envidia. Tal vez le hubiera gustado acompañarlos, pero sabía que su abuela a veces necesitaba ayuda y no podía abandonarla. Ella también la había cuidado cuando era más pequeña y sus padres tenían que trabajar.

–Sofía, vamos a sentarnos en este banco, será solo un momento.

   Ambas tomaron asiento junto a un estanque rodeado de flores multicolores. Sofía estaba muy callada y pensativa, un poco más que de costumbre. Solo las risas de unos niños pequeños rompían la tranquilidad que allí se respiraba.

–Parece que fue ayer cuando tú estabas aquí jugando como esos chiquillos –comentó su abuela.

–Pero ya he crecido.

–Te encantaba venir aquí conmigo, nos sentábamos en este mismo banco, y yo siempre te contaba alguna historia.

   Sofía permanecía en silencio mirándola. Es posible que aquello fuera cierto, tenía grabada en su memoria la imagen de su abuela sentada en ese mismo banco, observándola mientras jugaba, pero en ese momento se sentía incapaz de hilvanar ninguna de esas historias.

–Si algún cuento te gustaba mucho, me pedías que te lo repitiera una y otra vez.

–Es curioso, abuela, pero yo no recuerdo ninguno de esos cuentos.

–Y cuando te portabas mal –prosiguió su abuela en tono melancólico– siempre te contaba la historia de las Tres Piedras.

   Sofía empezó a sentir curiosidad, ¿las Tres Piedras?, ¿por qué no recordaba nada de aquello?

–Cuéntame abuela qué pasaba con esas tres piedras.

–¿Estás segura? Te daba mucho miedo y te estabas muy quietecita.

–Ya soy mayor, abuela, tengo trece años.

–Pues intentaré hacer memoria y contarte la historia igual que cuando eras pequeña, igual que me la contaron a mí mis padres y a ellos los suyos.

–No te enrolles, abuela, y comienza…

   Teresa se tomó unos instantes, tal vez porque estaba tratando de reconstruir toda esa historia en su mente antes de comenzar, o quizá porque se estaba concentrando para contarle a su nieta aquel cuento como si fuera una gran actriz a punto de entrar en el escenario:

–Una mujer iba por las Tres Piedras, un camino por el que había que pasar para llegar a un lavadero que se llama La Venta. Allí era donde antes se lavaba porque no había lavadora ni se podía lavar en casa, ni tampoco había agua… Si queríamos agua pues teníamos que ir a una fuente a cogerla, íbamos a La Peña o a La Venta, y como la mayoría de la gente tampoco tenía reloj, pues se sabía qué hora era cuando tocaba el reloj de la iglesia.

–Abuela –la interrumpió Sofía–. Ve al grano.

–No seas impaciente, lo que te acabo de contar es importante porque una mujer se confundió, creyendo que pronto iba a amanecer salió de noche de su casa para llegar de las primeras al lavadero, pero como era antes de lo que pensaba no encontró a nadie por el camino. Cuando iba por las Tres Piedras se sentó en una pared. Entonces pasó una mujer muy alta y le dijo:

Ilustración Miguel Serrano Flores

«–Señora, por favor, ¿me podría decir qué hora es?
   Y ella le contestó con voz profunda:
–Entre las doce y la una… anda la Mala Fortuna. Yo soy la Mala Fortuna, la Media Libra    Jilandera. 
   La mujer asustadita, muy asustada, siguió su camino. Ya iba un poco más adelante y bajó la panera y la cesta. Se sentó de nuevo y volvió a descansar. En ese momento se encontró a otra mujer, o sería la misma, y le dijo:
–Buena mujer, ¿sabe usted qué hora es? Porque más atrás me he encontrado a una mujer y menudo susto me he llevado, porque le he preguntado qué hora era y me ha dicho que era la Mala Fortuna, que ella era la Media Libra Jilandera, y entonces me enseñó unos dientes que me han dado un miedo.
   Entonces la mujer que la había estado escuchando muy callada, se dirigió hacia ella, y enseñándole unos dientes muy largos y afilados, le dijo: 
–¿Son estos?».


   Sofía dio un respingo, acababa de recordar que su abuela siempre tenía la mala costumbre de asustarla al final de esa historia.

martes, 17 de noviembre de 2015

LA REINA MORA

LA REINA MORA


(Adaptación de la leyenda tradicional de Magacela)


Por José Luis Domínguez Fernández y  María del Carmen Pizarro Prada


    En tiempos de la Reconquista vivía en el castillo de Magacela una Reina Mora llamada Leila, cuya valentía y belleza traspasaba fronteras.

   Aquellos no eran buenos tiempos para los musulmanes que allí habitaban, pues los cristianos asediaban día y noche la fortaleza que la hermosa Leila defendía ardientemente, vigilando junto con sus centinelas cada uno de los puntos débiles del castillo.

–¡No dejaré que caiga en manos de los cristianos! –exclamó orgullosa la bella Leila, al tiempo que sostenía a su hijo entre sus brazos.

Ilustración Ángela Cabanillas López-Bermejo


   Y así pasaron los días y las noches, y los cristianos cada vez más desesperados observaban desde la llanura la silueta misteriosa de la joven reina que entre las sombras se movía de un lugar para otro en su afán por defender aquella fortaleza.

–Nunca conseguiremos asaltar el castillo, pues su reina lo defiende como una leona –decían ya todos fatigados.

   Hasta que una noche uno de los cristianos ideó un ingenioso plan.

–Si queremos tomar el castillo, tenemos que engañarlos, no hay otra manera.

–¿Pero cómo? –preguntaron sus compañeros.

–Si un gran ejército se dirigiera hacia ellos tendrían que descuidar algunos puntos, y por allí podríamos entrar sin grandes problemas.

–¡Claro! –asintieron todos entre carcajadas–. Por arte de magia aparecerá ese gran ejército.

–No será preciso recurrir a la magia –interrumpió el ingenioso cristiano –. La clave no está en lo que vemos sino en lo que creemos ver; si conseguimos que todos piensen que un gran ejército se dirige hacia ellos, se concentrarán e irán a su encuentro, descuidando las demás partes del castillo.

   De repente las risas habían desaparecido y el silencio se había adueñado del lugar. Todos le miraban esperanzados, todos esperaban que dijera algo más.

–Un ejército de cabras –pronunció al fin el cristiano–. Un ejército de cabras dirigidos por pastores, con antorchas en sus cuernos,... En medio de la noche, nadie se dará cuenta del engaño.

   Los cristianos, entusiasmados con la idea, pusieron en marcha su plan. Durante días reunieron centenares de cabras, y convencieron a sus pastores para que dirigieran ese ejército ficticio. Cuando al fin llegó la noche del ataque, todos los cristianos estaban preparados. Así, mientras que el ejército de cabras se encaminaba hacia el castillo, con sus cornamentas de fuego, los soldados cristianos aguardaban la respuesta de los musulmanes que defendían el castillo.

   Para Leila, aquella noche era una más de una larga pesadilla que había empezado cuando los cristianos comenzaron el asedio. Fatigada por su trabajo incansable, se había reunido con los suyos para cenar después de un día agotador. Pero el silencio de aquella noche pronto se rompería por las voces de sus centinelas:

–¡Los cristianos! –gritaban con fuerza–. ¡Nos asaltan los cristianos!

   La infeliz noticia le había llegado a la reina Leila justo al final de su cena, por lo que exclamó:

-¡Amarga cena para mí!

   Los musulmanes, horrorizados ante el estruendo de ese ejército que se aproximaba con una velocidad asombrosa, marcharon hacia los muros para comenzar su defensa, descuidando así las zonas del castillo por las que los cristianos avanzaron. Cuando los musulmanes se dieron cuenta del engaño ya era demasiado tarde: La fortaleza había caído.

   Sabiendo que ya nada podía hacer, prefirió emprender su huida antes de caer en manos cristianas.

–¡Arrojad por las ventanas todos los colchones, cojines y almohadas! –les ordenó a sus servidores– ¡Rápido!

   Leila, tomando a su hijo en brazos, se lanzó hacia el precipicio pensando que todos esos objetos amortiguarían el golpe. Pero misteriosamente, los colchones, almohadas y cojines al caer sobre la ladera se habían transformado en piedras.
Ilustración Borja Moreno Miranda


   Los musulmanes que lo habían observado todo, estaban tan desconcertados como espantados, de manera que se rindieron de inmediato.

   Cuenta la leyenda que así tomaron los cristianos esta fortaleza, y también se dice que de las últimas palabras de la Reina Mora, “Amarga cena”, proviene el nombre de Magacela. 

LA CULEBRA DEL FRESNO


LA CULEBRA DEL FRESNO

(Adaptación de una leyenda popular de Valle de La Serena)

POR EVA MARÍA MATARREDONA SUJA

   Hace mucho tiempo en una zona llamada el Fresno, cerca de Valle de la Serena, se vio a las orillas del río Guadámez una culebra muy grande y larga.

   El tío Hilario que estaba en el campo con otro hombre, notó algo raro y vio que era una culebra. De repente los empezó a perseguir.

   –¡Corre, Juan, corre! – exclamó el tío Hilario.

   Laila, la perrita valiente del tío Hilario, empezó a ladrar para asustarla y así los hombres pudieron escapar de ella. Siguieron corriendo hasta que llegaron al pueblo donde contaron todo lo que les había sucedido.

Ilustración Cristopher Philip Torres Moreno


   –Una culebra gigante nos quería comer – dijo Hilario.

   –Hay que matarla o capturarla. ¡Hay que hacer algo, pero rápido! –exclamó una señora que tenía un bebé en brazos.

   El pueblo, muy preocupado, se reunió para capturarla pero no lo consiguieron. La culebra fue vista varias veces, y decían que medía unos 10 metros.

   Años más tarde, en un campo cercano al pueblo, se vio una culebra muy parecida y esta vez sí consiguieron cazarla y matarla. Se cuenta que la culebra se dejaba ver por las tardes cuando se comía al ganado de algún pueblo cercano. Los lugareños, sabiendo esto, cubrieron la piel de una cabra con pólvora, de manera que cuando la culebra fue a comérsela, explotó por los aires.

   Se dice que la serpiente pudo llegar a través del río e incluso hay quien cuenta que pudiera haberse escapado de algún circo. 

CORPUS CHRISTI

CORPUS CHRISTI

(Adaptación de la leyenda del Corpus Christi de Peñalsordo)

POR ENRIQUE MANSILLA PIZARRO


   Hace varios siglos, en un pueblo extremeño llamado Peñalsordo, el general Cachafre y su lugarteniente Palenque estaban reunidos con algunos de sus soldados, tratando de idear un plan para conquistar el castillo de Capilla en el que se había producido un levantamiento moro.

–Palenque, vamos a reunir a nuestros amigos que tienen animales y les pedimos que nos los presten –dijo el general.

–¿Para qué, mi general? –preguntó Palenque.

–Pues mira, les atamos antorchas a los carneros y atacamos por la noche – respondió el general Cachafre.

–Y ellos se creerán que es un gran ejército y huirán –prosiguió Palenque orgulloso de haber adivinado el ardid de su general.

–¡Qué buena idea, mi general! –exclamó uno de los soldados.

–Pero... –protestó otro de los soldados cristianos que había estado escuchando en silencio– los cencerros harán mucho ruido y nos descubrirán.

–¡Ay! ¡Ay!, ¡hombres de poca fe...! –exclamó sonriente el general–. La solución es fácil, se los quitaremos.

   Tanto Palenque como el resto de soldados cristianos que habían asistido a aquella reunión se quedaron asombrados por el ingenio de su general y sin perder ni un solo instante empezaron con los preparativos. No fue difícil reunir ese fantástico ejército de carneros en tan poco tiempo, pues eran muchos los pastores cristianos que querían ayudar a aquel general al que tanto admiraban.
Ilustración Ángel Gómez Sánchez-Arévalo


   Por fin llegó la noche del ataque y los cristianos se dirigieron al castillo con ese ficticio ejército con sus antorchas en la cornamenta, al tiempo que se levantaba un gran bullicio al que contribuían los pocos soldados cristianos que estaban a las órdenes de Cachafre y Palenque. Los moros, al oír aquel estruendo, pensaron que un gigantesco ejército se abalanzaba sobre ellos y huyeron sin tardanza, de manera que al entrar al castillo solo encontraron a dos abuelos con su nieto Rafaelito, y dos vaquillas.


Ilustración Ángel Gómez Sánchez-Arévalo


   Los cristianos celebraron su victoria con entusiasmo y decidieron fundar la hermandad del Corpus Christi para conmemorar aquella gloriosa noche en la que unos cuantos hombres, dirigidos por el general Cachafre y su lugarteniente Palenque, consiguieron con su ingenio tomar el castillo de Capilla. 

LA VIRGEN DE BELÉN

LA APARICIÓN DE LA VIRGEN DE BELÉN

(Basada en la historia de la aparición de la Virgen de Belén) 


POR CARLOS RAMÍREZ RODRÍGUEZ

   Hace mucho tiempo, cerca de un pueblo llamado Cabeza del Buey, un campesino honesto, fuerte y alto, iba alegre por el campo junto con sus ovejas por la zona de Almorchón.

   El campesino se paró en una fuente para beber agua, pero para su sorpresa vio a una mujer hermosa en el agua. El hombre intentó alcanzarla pero no pudo, se quedó muy sorprendido pero no se atrevió a decir nada pues pensaba que todos creerían que estaba loco si contaba esa historia.

Ilustración Belén Moreno Gallego


Ilustración Sandra Mª Fernández Castaño
   Al día siguiente se dirigieron a ese mismo paraje el pastor, originario de Cabeza del Buey, y un compañero suyo de Castuera, dispuestos a dar de beber a sus ovejas en un estanque cercano. Pero al llegar a la fuente, de nuevo se le apareció esa mujer; era tan bella que no podía apartar sus ojos de aquella visión. Su compañero de Castuera, al verlo tan ensimismado, lo llamó varias veces, pero no respondió. Al acercarse, compartió con él la visión de aquella señora. Después, ambos corrieron hacia otros pastores que también se hallaban en ese mismo lugar dando de beber a su ganado.


–¡Mirad, corred, hay una mujer hermosa en esta fuente! –gritó una y otra vez el pastor de Castuera.

   Entonces los amigos se acercaron hacia ellos, y cuando llegaron a la fuente, exclamaron boquiabiertos:
Ilustración Sandra Mª Fernández Castaño

– ¡Oh, qué bonita!

   El pastor que la había descubierto en primer lugar tuvo entonces una idea:



–Vamos a contarlo en el pueblo.

   Pero uno que era muy sensato le reprendió:



–No, no nos van a creer, y dirán que estamos locos.

–Da igual, la primera vez que la vi pensé lo mismo, pero ahora ya no creo que debamos callarnos.

–Sí –le animó su compañero de Castuera–. Les decimos que vengan a verla, ellos mismos se desengañaran con sus propios ojos.
Ilustración Marta Navarros Domínguez

   Pero antes de ir a contárselo a los demás se pusieron de rodillas y rezaron. Una vez llegaron al pueblo, se lo empezaron a decir a todas las personas que veían y como no se lo creían fueron a aquel lugar, dispuestos a reírse de aquellos humildes pastores. Sin embargo, sus rostros pronto mudaron de expresión, pues en aquella misma fuente encontraron la misma imagen que antes se había mostrado ante los campesinos. Alzaron la vista y pudieron ver sobre una encina a una señora de extraordinaria belleza. La imagen de la fuente no era sino su reflejo.
Ilustración Santos Benítez Martín

   De rodillas, todos empezaron a rezar y los milagros se sucedieron de manera que nadie se atrevió a dudar de que aquella mujer era la mismísima Virgen María. Para rendirle culto, decidieron levantar una ermita junto a la fuente en la que se había aparecido. 

   Pero no todos estaban de acuerdo en torno a su ubicación.



–La ermita se debe hacer cerca del pueblo para no andar tanto –dijo una anciana.– La ermita debe hacerse en el lugar donde se apareció –protestó uno de los pastores.

   La gente empezó a dar su opinión y como la mayoría estaba de acuerdo con los pastores, la ermita se edificó en el mismo paraje donde se había aparecido.

Ilustración Santos Benítez Martín
   Pero pronto surgió una nueva disputa entre los dos pastores que la habían visto primero.

– La imagen debería estar en Castuera –dijo el pastor originario de aquella localidad.

–De ninguna manera –le interrumpió el de Cabeza del Buey–. La imagen debe quedarse aquí, donde la vimos por primera vez.

–No quiero que discutamos –prosiguió el pastor de Castuera–. Siempre hemos sido grandes amigos así que te propongo que lo echemos a suertes, si yo gano me llevaré la imagen a mi pueblo, pero si ganas tú, se hará como dices.

–De acuerdo, así seguiremos siendo tan amigos como siempre.

   Entonces sortearon la imagen, ganando el pastor de Castuera, por lo que muy emocionado se la llevó a su localidad. Pero la Virgen una y otra vez se daba la vuelta pues quería de nuevo regresar al lugar donde se había aparecido. Por ello se decidió que regresara de nuevo a ese maravilloso entorno.

   Poco después de este suceso, algunos campesinos empezaron a ver en ciertas bellotas de los alrededores, la imagen de la hermosa mujer cuyo rostro se había reflejado en la fuente. Las encinas del entorno quedaron como fieles testigos de esta historia.