LAS TRES PIEDRAS
(Basada en una historia popular de Cabeza del Buey, también conocida como La Mala Fortuna)
Por María del Carmen Pizarro Prada
Aquella mañana de otoño lucía un sol radiante en Cabeza del Buey. Durante días había llovido con tal intensidad que Sofía apenas había podido salir de casa, pero al fin era sábado, un día estupendo en que los rayos del sol se colaban entre las ramas de los árboles inundando de luz aquel paseo por el parque. Las hojas doradas, caídas sobre la tierra aún ennegrecida por el agua, formaban una magnífica alfombra sobre la que Sofía caminaba acompañada de su abuela.
Unos segundos antes, al pasar junto a sus amigos, había sentido un poco de envidia. Tal vez le hubiera gustado acompañarlos, pero sabía que su abuela a veces necesitaba ayuda y no podía abandonarla. Ella también la había cuidado cuando era más pequeña y sus padres tenían que trabajar.
–Sofía, vamos a sentarnos en este banco, será solo un momento.
Ambas tomaron asiento junto a un estanque rodeado de flores multicolores. Sofía estaba muy callada y pensativa, un poco más que de costumbre. Solo las risas de unos niños pequeños rompían la tranquilidad que allí se respiraba.
–Parece que fue ayer cuando tú estabas aquí jugando como esos chiquillos –comentó su abuela.
–Pero ya he crecido.
–Te encantaba venir aquí conmigo, nos sentábamos en este mismo banco, y yo siempre te contaba alguna historia.
Sofía permanecía en silencio mirándola. Es posible que aquello fuera cierto, tenía grabada en su memoria la imagen de su abuela sentada en ese mismo banco, observándola mientras jugaba, pero en ese momento se sentía incapaz de hilvanar ninguna de esas historias.
–Si algún cuento te gustaba mucho, me pedías que te lo repitiera una y otra vez.
–Es curioso, abuela, pero yo no recuerdo ninguno de esos cuentos.
–Y cuando te portabas mal –prosiguió su abuela en tono melancólico– siempre te contaba la historia de las Tres Piedras.
Sofía empezó a sentir curiosidad, ¿las Tres Piedras?, ¿por qué no recordaba nada de aquello?
–Cuéntame abuela qué pasaba con esas tres piedras.
–¿Estás segura? Te daba mucho miedo y te estabas muy quietecita.
–Ya soy mayor, abuela, tengo trece años.
–Pues intentaré hacer memoria y contarte la historia igual que cuando eras pequeña, igual que me la contaron a mí mis padres y a ellos los suyos.
–No te enrolles, abuela, y comienza…
Teresa se tomó unos instantes, tal vez porque estaba tratando de reconstruir toda esa historia en su mente antes de comenzar, o quizá porque se estaba concentrando para contarle a su nieta aquel cuento como si fuera una gran actriz a punto de entrar en el escenario:
–Una mujer iba por las Tres Piedras, un camino por el que había que pasar para llegar a un lavadero que se llama La Venta. Allí era donde antes se lavaba porque no había lavadora ni se podía lavar en casa, ni tampoco había agua… Si queríamos agua pues teníamos que ir a una fuente a cogerla, íbamos a La Peña o a La Venta, y como la mayoría de la gente tampoco tenía reloj, pues se sabía qué hora era cuando tocaba el reloj de la iglesia.
–Abuela –la interrumpió Sofía–. Ve al grano.
–No seas impaciente, lo que te acabo de contar es importante porque una mujer se confundió, creyendo que pronto iba a amanecer salió de noche de su casa para llegar de las primeras al lavadero, pero como era antes de lo que pensaba no encontró a nadie por el camino. Cuando iba por las Tres Piedras se sentó en una pared. Entonces pasó una mujer muy alta y le dijo:
Ilustración Miguel Serrano Flores |
«–Señora, por favor, ¿me podría decir qué hora es?
Y ella le contestó con voz profunda:
–Entre las doce y la una… anda la Mala Fortuna. Yo soy la Mala Fortuna, la Media Libra Jilandera.
La mujer asustadita, muy asustada, siguió su camino. Ya iba un poco más adelante y bajó la panera y la cesta. Se sentó de nuevo y volvió a descansar. En ese momento se encontró a otra mujer, o sería la misma, y le dijo:
–Buena mujer, ¿sabe usted qué hora es? Porque más atrás me he encontrado a una mujer y menudo susto me he llevado, porque le he preguntado qué hora era y me ha dicho que era la Mala Fortuna, que ella era la Media Libra Jilandera, y entonces me enseñó unos dientes que me han dado un miedo.
Entonces la mujer que la había estado escuchando muy callada, se dirigió hacia ella, y enseñándole unos dientes muy largos y afilados, le dijo:
–¿Son estos?».
Sofía dio un respingo, acababa de recordar que su abuela siempre tenía la mala costumbre de asustarla al final de esa historia.
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